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lunes, 30 de abril de 2012

**-La vieja Blasa-**


La vieja Blasa


Tuvo que ser, precisamente, aquella mañana. Se había levantado con un terrible dolor de muelas que le impidió pegar ojo en toda la noche y ahora no le dejaba tomar su desayuno, dispuesto a acabar con la causante de sus sufrimientos salió decidido a la calle.
No había dado dos pasos cuando se topó con ella, casi se echa en sus brazos,
-¿Qué tal te encuentras?-le preguntó a la vez que le miraba a la cara con una sonrisa burlona y enigmática-parece que la muela del juicio lo haya perdido y no te ha dejado dormir esta noche.
Se puso colorado y a la defensiva, que le dijera eso la Blasa no era nada agradable y se sintió preocupado.
-No sé sí es la del juicio o su compañera, pero acertaste-mintió, de sobra sabía cuál era la puñetera muela picada, pero no quería darla el gusto de reconocerlo.
-Es la del juicio, no hay duda, y no es necesario que vayas a ese matasanos y que te la arranque, pásate dentro de una hora por mi casa y te daré un remedio para que deje de dolerte.
Asintió con la cabeza, sin decir ni palabra, mientras veía alejarse a la vieja Blasa. No había tenido el valor de decirla que no y en su interior ya estaba arrepintiéndose por haberse comprometido.
Como ya no acudiría al único dentista de la pequeña ciudad, se dedicó a pasear, haciendo pasar el tiempo hasta la hora en que le había citado la vieja.
Esta vivía en las afueras, en una antigua zona residencial con grandes casas donde vivieron las familias más ilustres, pero estas antiguas casas señoriales fueron pasando de moda e incluso los antes ricos se empobrecieron, poco a poco fueron sustituidas por chalés unifamiliares. Todas menos la mansión de la vieja Blasa.
Desentonaba claramente de las modernas edificaciones de dos plantas, con fachadas de ladrillo caravista y con sus bien cuidados jardines frontales, estos chales eran más funcionales que esas mansiones con una gran cantidad de habitaciones, su inmenso salón y una enorme cocina.
La mansión exteriormente necesitaba el tratamiento rejuvenecedor de albañiles, carpinteros que cambiaran sus desencajados ventanales, así como las contraventanas que habían desaparecido y una cuadrilla de pintores que rescatara los colores que un lejano día luciera.
Abrió la oxidada y chirriante puerta de hierro forjado, que daba paso a lo que en sus tiempos fue un jardín y que ahora estaba cubierto por tablares de diferentes hierbas, entre las que reconoció tomillo, manzanilla y espliego, las demás le eran totalmente desconocidas.
Tras subir las escaleras de piedra del porche de la entrada principal, no le dio tiempo a tirar de la cuerda, que al otro extremo movía una campanilla, la puerta se abrió, sobresaltándole, ante el apareció la figura de la Blasa, sin el descolorido y harapiento chaquetón que llevara hacía una hora.
-Has sido puntual-dijo a modo de saludo mientras daba la vuelta y se dirigía al interior.
-Si-balbuceó él, al tiempo que seguía sus pasos, tras cerrar la puerta.
Ante él se abría un gran recibidor que acababa en una escalera de madera, que daba acceso a las plantas superiores, a ambos lados de ella y frente a él, sendas puertas, a su derecha y centrada en la larga pared, una sola puerta, mientras que en la pared de enfrente había dos.
Siguió a  la  vieja hacia el fondo de la estancia, a la puerta de la izquierda de la escalera, que daba acceso a una gran habitación con estanterías repletas de libros y estantes con grandes tarros de cristal, con cierres herméticos, llenos de hojas troceadas, semillas y raíces de diferentes especies vegetales, todos ellos con su correspondiente etiqueta identificativa.
Sobre una amplia mesa, había unos cuantos de estos frascos, cogió uno de ellos y tras abrirlo vertió dentro una bolsa de papel un puñado de su contenido, repitió la operación con otros dos tarros, envolvió cuidadosamente su contenido y dándoselo dijo,
-De esta bolsa vas a hacerte infusiones con un puñadito así-metió la mano en su interior y saco una cantidad con sus dedos índice, corazón y pulgar, a modo de muestra.
-Lo harás de la siguiente manera, hierve un puchero de agua durante media hora, llena una botella de vidrio de un litro con esa agua y cada vez que vayas a prepararte una infusión, sacas el equivalente a una taza, lo vuelves a hervir y entonces echas las hiervas que te he dicho, lo apartas de fuego tapándolo, lo dejarás reposar cinco minutos, pasado ese tiempo podrás tomártelo. En un par de días y tomándolo cada 6 horas, se te habrá curado la infección.
Dicho esto, sacó de otro tarro una ramita, de la que quitó dos hojas y mientras se las entregaba decía.
-Guárdate estas hojas en la cartera y llévalas siempre contigo, procura no romperlas y si esto sucede vuelve a verme.
Se dirigió a la puerta, dando a entender que la visita había concluido.
Una vez fuera de la casa y antes de que pudiera despedirse, la vieja Blasa le dijo, de manera muy sarcástica:
-Ahora cuando te pregunten, seguro que dirás que te curó la vieja bruja.
No supo contestarla y tan solo se atrevió a decir un entrecortado y apenas audible adiós.
Esa noche durmió de un tirón, sin que la dichosa muela diera señales de existencia.
A la mañana siguiente, de nuevo al salir de casa, se topó con la vieja Blasa.
-¿Qué tal estás hoy?
-Me siente bien, muy bien, gracias.
Siguió cada uno su camino y mientras se alejaba, en la cara de la vieja Blasa se dibujaba una bonachona sonrisa de felicidad.
Nunca se desprendió de esas dos hojas y en sus recuerdos ya no consta cuando la vieja dejó este mundo, pero hoy a sus 82 años y cuarenta después de esos hechos, todavía mantiene toda su dentadura en perfecto estado.

©   Eduardo González Cuartango
28/04/2012

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